viernes, 24 de junio de 2011

19-J, marchas contra el Pacto del Euro

Han pasado ya seis días desde que el domingo 19-J se realizaran en Madrid las marchas en contra del 'Pacto del Euro' y que asimismo en Barcelona se reflejara una animadversión similar contra semejante ataque frontal a la salud económico-social de los ciudadanos. Fue impresionante la creciente sensación de colectividad que experimenté ese día. Salí caminando de mi barrio, yo sólo, a eso de las 10:15 de la mañana, en dirección a la avenida de la peseta, en Carabanchel, en donde había un punto de encuentro para aquellos manifestantes que acudían de la zona sur, de Leganés principalmente. A esa hora la Columna Sur ya sumaba unos pocos miles. La marcha prosiguió por la calle Eugenia de Montijo en dirección hacia la zona de Oporto. Por el camino la gente coreaba consignas libertarias; el pueblo alzado y desde los balcones el público presenciaba el avance de la algarabía, que como los músicos de Bremen, cada vez eran, éramos, más, como una procesión de orugas a lo largo del suelo de un pinar. De Oporto a la glorieta de Pirámides, de allí a Embajadores y en cada parada técnica varios miles más se sumaban a la comitiva. La siguiente estación fue Atocha y allí, confluencia de varias de las columnas, acometimos el desfile hacia Neptuno, después de dejar paso a la Columna de Vallecas. Cuando llegamos a Neptuno una marea de gente abarrotaba el lugar. Gente, gente, gente. Corrientes de gente que trataban de ir y venir a diferentes partes de la glorieta como atareadas hormigas obreras en un hormiguero. Calle arriba se encontraba el Congreso de los zánganos Diputados, cortado el acceso por un cordón policial de antidisturbios, prestos a inyectarnos su ácido fórmico si fuera necesario. Habíamos llegado a la meta. Los que allí nos encontrábamos sentíamos la euforia de la marea de gente. Nos sabíamos decenas de miles, más de cien mil y así lo corroboró el recuento de los organizadores de las marchas (la Asamblea de Pueblos de Madrid). Al día siguiente dijeron en los medios de comunicación que apenas habíamos sido de 37 a 42 mil personas, según los cálculos de la consultora Lynce. Pero después de haber visto la capacidad de aforo de la Puerta del Sol, en donde caben unas 28 mil personas, os puedo decir que me creo la cifra de 150 mil personas estimada por los organizadores del evento, que no es sino una pequeña muestra de todas las personas que sentimos un profundo malestar y una enconada rabia por el cariz que están tomando las cosas en cuanto a nuestra situación como trabajadores y nuestra condición de ciudadanos, ¿O acaso somos hormigas?. Tengo la sensación de que los efectos de todas esas manifestaciones no serán imediatos ni cuantificables, pero sí presiento que un subversivo micelio social se está tejiendo y que tarde o temprano aflorará a la superficie, sin que ya no se pueda asociar el fenómeno con el Movimiento 15-M... No hará falta, los ciudadanos ya nos habremos emancipado y tendremos más claro qué nos conviene como pueblo y qué no. De momento lo más importante es que esta ola de inconformismo e información cale bien hondo en la gente, que se extiendan las hifas de la disidencia y dentro de un tiempo a medio plazo la gente en su conjunto tendrá las antenas bien extendidas. Ese será el primer paso para que la metamorfosis social se opere. Sirva esta entrada como un mero recordatorio de esa jornada. Aquí van unas fotos:























sábado, 18 de junio de 2011

La guerra en el 'Arco Iris de Gravedad' de Thomas Pynchon


Para inaugurar el blog con una entrada saco a colación un texto de Thomas Pynchon que aparece en la página 970 (Colección Fábula de Tusquets Editores) de 'El arco iris de Gravedad' (1973), una novela postmoderna ambientada en la Segunda Guerra Mundial, en la que uno de los delirantes personajes pynchonianos opina lo siguiente de la guerra:

Tú has dicho "La guerra" del mismo modo que disparaste respecto a las agujas del ferrocarril y te fuiste por el camino que no te convenía. La Guerra fue el juego de agujas. ¿Eh? Sí, sí, chaval, lo cierto es que la Guerra mantiene vivas las cosas. Las cosas. El Ford es sólo una de ellas. La historia de los-alemanes-y-los-japoneses fue sólo una versión un tanto surrealista de la verdera Guerra. La verdadera Guerra siempre está ahí. La moribunda se va extenguiendo poco a poco, aquí y allá, pero la Guerra sigue matando todavía montones y montones de personas. Sólo que ahora las mata de formas más sutiles. Con frecuencia, de maneras demasiado complicadas, incluso para nosotros y a nuestro nivel, de averiguar. Pero muere la gente que debe morir, como sucede cuando combaten los ejércitos. Los que se quedan de pie, en la instrucción elemental, en medio del fuego de ametralladora. Los que no tienen fe en sus sargentos. Los que tropiezan o resbalan y dan muestras de un instante de debilidad frente al Enemigo. Éstos son los que la Guerra no puede usar. Los que deben sobrevivir, sobreviven. Los otros, suele decirse, incluso saben que sólo pueden esperar una vida corta. Si bien persisten en actuar del modo que les es propio. Nadie sabe porqué. ¿No sería estupendo poder eliminarlos por completo? De ese modo nadie habría de morir en la Guerra. Sería divertido, ¿Verdad, chaval? ¡Ya lo creo que sería divertido, Señor Información! [...]

Pura eugenesia aplicada al mundo bélico. Menuda lectura hace de Darwin el Señor Información, que es el personaje de la novela que suelta semejante speech.